¿Hay alguna (buena) forma de marchar de casa, o es demasiado ingenuo soñar con la emancipación? Silence es parte de nuestra preocupación generacional (y, por lo tanto, personal) de cómo soñar el futuro de nuestro mundo. Una pieza construida sobre el momento en que los padres no están (allí) o, al menos, no nos vigilan. En el escenario, un grupo de 5 niñas y niños serán responsables del dispositivo escénico durante los 70 minutos de la pieza.

En 2018, en medio de una epidemia populista que creó el espacio para Donald Trump y Matteo Salvini, Ça marche quiere protegernos de lo que está tratando de convertirnos en un pueblo que ha dejado de ser gobernado por la razón y la ética, y ha regresado a nuestra dimensión más corporal y irreflexiva (una regresión infantil, después de todo). Proponemos hoy, después de un siglo de transformaciones sociales y 50 años desde las proclamaciones de mayo del 68, que debemos soñar con la playa bajo los adoquines, pero que esta playa no puede ser la isla de Pinocho ni los hijos de Peter Pan. La infancia (con sus atributos anti-ficcionales, asemánticos, alegales) no puede fundar una comunidad. La comunidad que proponemos (de la que los niños de Silence están demasiado asustados) también está en una “plage”, en una isla que, como todas las islas, es una isla desierta. Las islas del desierto, como recuerda un joven Gilles Deleuze, se encuentran antes y después de los hombres. Su movimiento es doble: constituyente (porque permite al hombre soñar con un reinicio, una reconstrucción eterna de su mundo desde cero) y destituyente (la isla siempre amenaza con ser abandonada nuevamente, erupcionar o inundarse como la Atlántida).

Con Silence queríamos explorar la complejidad de este doble movimiento de la isla: la institucionalización del adulto y la privación infantil, el futuro del mundo y la convivencia con nuestros fantasmas.

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